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¿Todo es un adios? Cap 1

03 noviembre, 2006

Hacia calor, y era domingo. El melancólico sello dominguero ponía su marca en todo, y me deprimía.
Estaba recostada en mi cama, sin saber que hacer, sin desear nada, cerrados los ojos, abierto los ojos, contemplando mi cuarto, mis cuadros, mi vida.
El calor mi agobiaba. El ayer, el hoy y el mañana estaban en mi, viviendo. El ayer volvía con la claridad tremenda que yo rechazaba, porque no quería pensar en el pasado, además tampoco quería pensar en el futuro, apenas deseaba vivir el presente.
No quería recordar…pero recordaba.
No quería pensar…pero pensaba
Pensaba en Gino, mi hermano. Hacia catorce años que no lo veía. Un accidente nos había separado y luego la vida había logrado separarnos casi definitivamente, y digo casi porque nos escribíamos cartas o tarjetas amables para navidad o año nuevo, y a veces también nos hablábamos por teléfono. Gino…¿cómo estaría después de tanto tiempo? Como seria su familia? Tendría que ir a verlos. Gino era el único vinculo que me unía al pasado y era toda mi familia actual.
Pensaba en Rómulo, Rómulo era mi amante. El me dio su amistad y su cariño. Pero…¿realmente lo amaba? Debía amarlo, pues yo siempre le había sido fiel. Pensaba si mi felicidad era en realidad una virtud. Yo sentía una sola indiferencia hacia todos lo hombres que conocía, le era fiel gracias a mi atonia amatoria. Entonces…¿amaba realmente a Rómulo? Lo apreciaba, lo respetaba, lo admiraba, pero lo amaba?
Cuando llegue a Buenos Aires, yo estaba sola, tan perdida…y Rómulo me tomo, me dirigió y m protegió. El era un famoso critico de artes, elogio mis pinturas, se despreocupo por mis exposiciones, me ayudo a triunfar.
Me resultaba muy cómodo pintar y vender mis cuadros sin mucho esfuerzo. Yo había hecho un trueque y no tenia porque arrepentirme.
“Toma y daca” decía mi abuela. Y tenia razón. No se puede pedir algo sin entregar nada a cambio. Yo entregue mi cuerpo y mis jóvenes años y recibí dinero y fama. Gracias a Rómulo fui una de las pintoras mas buscadas y valorizadas. Pero el se apropio de mi, y yo perdí mi libertad y mi inocencia. Al ser su amante renuncie al amor.
Oh! Que cansada me sentía! Que cansada!...cansada de todo: de mi pieza, de mis cuadros, del calor pegajoso, del ruido constante, de la humedad verdosa y…cansada de Rómulo.
Necesitaba descansar, no pensar, no recordar nada.
El aire del ventilador acariciaba mi cuerpo, y yo me dejaba estar.
Las paredes de mi cuarto estaban pintadas de un color celeste, tan celeste como el cielo de mi lejana provincia. Y allí una mancha de humedad semejaba una nube inmóvil.
De pronto, sentí la necesidad de volver a San Juan, y empecé a soñar…¡Volver a ese San Juan tan lejano y olvidado!...¡Tenia que ir a mi provincia! Me ahogaba el deseo de llegar hasta los cerros y caminar por sus cuestes enraizadas de quiscos, jarillas y retamos, de sentir el perfume del campo, de oler cada planta, de tocar cada flor, cada piedra.
Si…debía volver. Después de tanto tiempo, volver.
De pronto sonó el timbre. Su sonido fue una flecha que llego a mi corazón. Desde ya odiaba a quien había interrumpido mi tranquila ensoñación.
Me levanté, me puse un viejo batón y sin calzarme abrí la puerta.
Era Rómulo.
Oh Rómulo!...Yo no quería caricias, deseaba estar sola. Que rebeldía sentí al verlo!
Pero yo era su mujer, su amante, su posesión, yo debía aceptarlo.
Con un “Hola que tal Maria” y un beso de rutina Rómulo entro, arrojo su saco sobre la silla y empezó a desprenderse la camisa.
-Que calor hace! Es insoportable! – dijo. Y se tendió sobre la cama, son sus brazos abiertos, con su torso desnudo.
-Que tal, Maria? Te sorprende verme? Claro…no me esperabas. Te dije que iría al campo, pero hace demasiado calor, además creo que va a llover. Pensé que lo mejor que podía hacer era venir a verte.
Yo lo miraba, callada. Allí estaba el hombre al que yo estaba unida, allí estaba semidesnudo, hermoso, perfecto. Yo lo miraba pero mi corazón no temblaba. No habia dentro de mi ninguna frase acogedora, ninguna caricia tierna, ninguna sonrisa de bienvenida.
-Que miras? Que pensas?...Veni, arrimate.
Rómulo se levanto, me tomo por la cintura y me acerco a el.
Su mano tibia empezó a acariciarme dulce y sabiamente, y mientras lo hacia me decía con voz ronca y cariñosa:
-No tenes calor? Queres que te saque el baton? Queres que te ayude?
Y suavemente me desnudaba. Entonces…sentí que estaba vencida, que mi corazón enloquecía. Y me abandone a sus caricias.

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